dilluns, 4 de maig del 2009

Una cita pendiente

Llegué con tiempo de antelación. El lugar: el restaurante de un famoso Hotel de Los Ángeles. Me recogí la falda y baje de carruaje. Hay gente que utiliza esos demoniacos coches, pero yo prefiero mi caballo de pura sangre, negro. En fin, dejemos los detalles y centrémonos en lo que nos lleva a este lujoso hotel.
Antes de sentarme, al pasar por el corredor me miré por última vez, para comprobar que mi maquillaje estaba perfecto. Una dama siempre tiene que hacer esperar a su acompañante; así que me dirigí a la cocina para preparar el brebaje con el que celebraríamos mi vuelta al mundo del arte.
Estaba allí, sentado, vestido prácticamente de negro. Su porte serio, su carisma le daban un toque bohemio que me atraía sin saber porqué. Se levantó, me senté en mi silla. Nos sirvieron un primero acompañado por un vino blanco exquisito. Era mi momento y lo aproveché.
- Señor Hitchcock, me encantaría presentarme para el papel femenino de su próximo proyecto.
Ante mi buena voluntad y mi seriedad el puso esta cara, rostro que después, antes de marcharme, pondría de nuevo.


- Ya tengo pensada a mi protagonista, señora 0’Hara
- Señorita.
- Si claro.
- ¿Y quién es la afortunada?
- Audrey Hepburn
Me irritó tanto que no pude contenerme. Saqué mi as de debajo de la manga. Lo amenace, mi productora había comprado los derechos de su obra. El dinero del señor Rhutler tenían que servir para alguna cosa. Y no, no podía dejarme arrollar por ella. ¡Esta vez no! No voy a permitir que vuelvan a ganar las mujeres con un toque de vulnerabilidad, cuando en realidad son seres con poco carácter.
Finalmente, decidí comportarme y aceptar mi pequeña derrota, para posteriormente ganar la batalla.
- Esta bien, usted ha ganado. Brindemos por su proyecto y mi vuelta al trabajo.
El puso una cara rara. Empezaba a desconfiar y yo tenía que conseguir mi objetivo. La copa estaba llena de veneno. Era perfecto.
Las copas chocaron y su garganta tragó el líquido espeso. Su cara tomó un matiz azulado, pronto morado y su sonrisa se petrificó.
Nunca antes había matado a nadie, pero juro por Dios que nadie me va a pisar más.
Borré las huellas de los tenedores y la copa. Sabía que Alfred Hitchcock guardaba su agenda en el bolsillo derecho de la chaqueta. La cogí, borré mi nombre y puse el de la Señora Hepburn.
Me marché del local subida en mi carruaje. Con la imagen de su sonrisa gravada siempre en mi mente. Le dije adiós con el conocimiento que un hombre como él siempre antepondría su carrera a su vida.

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